Recipientes

 

Literatura griega adaptada para niños chinos
de la Comunidad Europea
Relojes suizos falsificados en Paraguay
vendidos por camellos en el barrio
mexicano de Los Ángeles.

Disneylandia, Jorge Drexler

 

Para Gabriela González

Naguará de sexy, me dijo mi amiga venezolana. Yo le había enviado una foto de mis pies y eso me contestó. Esta excentricidad —la de su respuesta porque ¿quién no envía fotos de sus pies a sus amigos?— me sorprendió. Primero pensé que se había equivocado como sucede a menudo en las pláticas por mensajeros instantáneos en donde se debe ejercer una ardua labor criptológica, lingüística, y gramática para descifrar los mensajes recibidos. Labor importantísima e irrenunciable si lo que intentamos es hablar con alguien por esa vía. Si tomáramos al pie de la letra cada mensaje recibido estaríamos de pleito con todos nuestros amigos y con seguridad ya habríamos enviado varias inconfundibles y desencriptadas palabrotas por respuesta. Sí, hay que bajar la guardia cuando nos comunicamos por este medio, aceptar que los mensajes recibidos han sufrido los estragos de la guillotina de grafías difíciles de pulsar en teclados minúsculos y que muchas de las veces son rompecabezas sintácticos incompletos o revelaciones importantes codificadas como disparates.

Le pregunté a mi amiga en qué idioma me estaba hablando pues es común que ella use anglicismos o bien me responda en inglés; además, como tiene ya varios años viviendo en Valencia a veces me contesta en valenciano. Se me barajan lo idiomas, amiga, me explica. Ella y yo no nos conocemos en persona pero somos muy amigas, de esas que invitaría a mi casa, al cine o a comer cada semana si no estuviéramos separadas por 9,605 kilómetros —6 mil de ellos de océano—. En el transcurso de nuestra amistad nos hemos contado casi todo lo que sólo después de muchas reuniones semanales uno se atreve a mostrar entre las manos diciendo: Esto también soy yo. Ambas trabajamos para una empresa española propiedad de un ecuatoriano y tenemos compañeros de toda la intrincada España y de varios países de la incomprendida Latinoamérica. Nos conocimos en el mensajero de la empresa cuando ella preguntó cómo es que le dicen a los Volkswagen en México. Vocho, le dije y ambas nos reímos; unas simpáticas onomatopeyas fueron el inicio de esta larga, distante y cercana amistad.

El término que ella usó para describir mis pies jamás lo había escuchado —o leído— y lo sentí cercano al «guácala», pero la segunda parte de su enigmática frase me decía lo contrario. ¿Puede ser algo guácala y sexy al mismo tiempo? Por supuesto, pero estaba muy alejada del significado de aquella palabreja. Mi amiga intentó explicarme el término venezolano —porque es una palabra del español—; me dijo que sólo se usa en el estado de Lara, uno de los 23 estados y Distrito Capital que conforman la República Bolivariana de Venezuela. Ella ni siquiera es de Lara, pero vivió ahí mucho tiempo cuando estudió la universidad, luego conoció a su novia y ambas se mudaron a España; una migración obligada como muchas otras de ese y de otros países en donde el futuro es tan incierto que se empeña el presente a cambio de un poco —o tal vez no— de certidumbre.

Naguará, extraída de uno de los estado de un país lejanísimo —y un tanto borroso, porque hay países claros, casi tangibles y otros de los que imaginamos a penas los bordes— siguió siendo incomprensible para mí a pesar de todas las explicaciones de mi amiga y otros venezolanos agregados en el chat. Tengo una leve idea de qué significa pero la prueba máxima de que he comprendido esa singular palabra será —si es que alguna vez me atrevo— cuando logre usarla en el contexto y modo perfectos. Pero es imposible, siento que demasiados ojos venezolanos me juzgarán y si no lo hiciera con ellos ¿por qué habría de usarla con personas de otros países y, además, con qué derecho? La palabra naguará me enseñó que cada uno de los 570 millones de hablantes del español lo hablan a su manera; como si de agua se tratara, que entre sus maravillas tiene la capacidad de tomar la forma de los recipientes que la contienen.

 

Foto: Xavier Foucrier en Unsplash

2 respuestas a "Recipientes"

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