Diario inoportuno

28 de marzo de 2023

Ser testigo de la tristeza de alguien más es un limbo, un enredo, una madeja desordenada. Lo peor es la impotencia, la incapacidad de hacer nada que cure esa tristeza enorme que, como pozo, hoyo negro, estado suspendido, carcome al otro. Dicen que en la empatía no se sufre, sino que se acompaña y que eso es suficiente. Pero para el que presencia el dolor a veces es imposible sacudirse de encima el aura de tristeza, quizá porque también se siente tristeza, aunque de otra forma, una más solitaria y a la que hay que rendirse sin correr a arreglar las cosas porque, en principio, no es posible.

¿Quien cura la tristeza de los que presencian la tristeza? ¿Es normal que exista siquiera tal tristeza inútil? 

Cuando me he sentido, no sola sino solísima, sí que me habría bastado la escucha de alguien. No habría sido necesario que esa persona que no existió hubiera hecho nada más que estar ahí. Y es aquí, cuando pienso en esos momentos que comprendo que mi rol en ante esa tristeza despiadada del otro es solo estar. Solo estar ahí, siempre, para escuchar, para guardar silencio y acompañar. No hay nadie mejor para entender la tristeza de un ser roto que alguien que está roto o se recuperó de las roturas obligadas que nos atraviesan en la vida. 

En estos sesenta y dos días de tristeza —porque los hemos contado— he pasado varias noches sin poder dormir. O bien, que me he despertado a a medianoche, en esa soledad oscurísima, agitada sin razón aparente. Alguna vez me dolió el cuerpo, en otras los ojos lagrimearon casi sin darme cuenta, la cabeza punzó en forma de migraña obstinada. Y nada de esto, lo sé, se compara con lo que vive aquel que está roto. Aquel que me duele en el pecho y en ese sutil ente llamado alma. Si hubiera un remedio para aliviar el dolor ya lo estaría preparando en mi caldero, pero es inútil, soy inútil, todos lo somos ante el dolor de los demás. Ante ese dolor que nos duele, ese dolor solitario. 

27 de mayo de 2021

Siempre disfruto conducir. Tiene un efecto parecido a caminar, aunque es menos propenso a romantizarlo. No me gusta, por el contrario, conducir a gran velocidad. El pánico se apodera de mi al rebasar la velocidad máxima en carretera, también en la ciudad en donde veo peligro en todas partes. De todas formas disfruto conducir. De todas formas me gusta tararear canciones, también berrearlas. Hablar sola, pensar y sí, llorar. Porque llorar me va bien casi en cualquier actividad. Lo que no me gusta son los demás; como todo en esta vida el disfrute llega hasta donde nos topamos con los demás.

En ninguna otra actividad he cosechado tantos insultos. Del señor que no quiere darme paso, del señor que quiere que le ceda el paso, del señor que cree que voy demasiado lento, del señor que quiere salir de su cochera sin mirar atrás, del señor que se desespera porque me estoy estacionando, del señor que exige poderes de adivinación y quiere que no me acerque a su sacrosanto auto cuando da vuelta de improviso. En fin, he recibido insultos de toda clase de señores y en toda clase de situaciones. Al principio pensé, como pasa en los terrenos del patriarcado más rancio, que era mi culpa, que probablemente me creía mejor conductora de lo que en realidad soy. Lo cierto es que no es ni una cosa ni la otra. Son los señores, son ellos.

14 de mayo de 2021

Hay días en los que pienso que la música jamás se me va revelará. Que siempre seré una eterna aspirante a entenderla, a comprenderla y, mucho más inalcanzable, a hacerla. La estudio con fe, pero derrotada. A veces siento que por más amor que la tenga es algo que se me ha negado en esta vida. La escucho con fe, la desmenuzo con fe, la estudio con fe; repaso mis lecciones y regreso sobre mis pasos —que son pocos— y me doy cuenta con terror de que he olvidado casi todo.

Hay veces, como hoy, que anhelo la existencia de pócimas o varitas mágicas, habilidades descargables a mi cerebro y dedos para poder hacer música, compraría la membresía premium costara lo que costara. Pero sé que solo me queda esperar, y estudiar, y tocar, y practicar, y aceptar esta derrota de antemano, quien sabe, quizá la perseverancia me lleve a algún lado.

10 de mayo de 2021

Parece que lo más oscuro y tupido de esta tormenta terrible ha pasado. Siempre me ha sorprendido la capacidad que tiene el corazón para recuperarse. Tal vez una nunca vuelve a ser la misma pero, al parecer, de eso se trata. No se pretende ser la de antes, ni una mejor, solo la que se puede. Fuera de lo más duro de la tormenta me siento débil, adolorida, cansada, y sí, todavía triste, pero con un tímido ánimo que me permite arribar a los días hasta con cierta esperanza. Aunque caminemos a la muerte y este sea el único destino que tenemos, vale la pena vestirse de flores.

4 de mayo de 2021

¿Cómo se tranquiliza la rabia? Hay noches, como la de anoche, que yo misma huyo —o más bien, trato— de las embestidas del odio. Un odio atrapado, contenido, que aúlla hasta la madrugada y cuando por fin me suelta puedo dormir un poco, agotada, rota. Más por cansancio que por cualquier otra razón de vida. Ya no me quejo, el silencio se ha convertido en mi refugio.

Si hay algo que echa chispas a esta maraña seca de recuerdos, eventos y palabras desperdiciados de las que se compone el odio, es el pensamiento ese de que solo yo no entiendo las cosas cuando para los demás son claras, sencillas y hasta dolorosamente obvias.

¿Hay soledad más grande que saberse la más pendeja del mundo?

3 de mayo de 2021

Hay pausas que deberían llamarse hoyos negros, profundos pasadizos en los que caemos (o somos lanzados).

Hay dolores que no pueden nombrarse, que no se pueden asir en palabras, tal vez, quizá, un poco con el llanto, pero nada más. Hay momentos como este en el que vale la pena guardarse hasta el pequeño poder de las palabras, pero también su poder de construcción. Hay momentos que vale la pena aguardar para levantar la mirada. Quiero estar en este limbo extraño de dolor y sanación, o al menos no tengo fuerzas para más.

20 de abril de 2021

Sueño con la novela que estoy escribiendo. La sueño, pienso en ella, está presente como en segundo plano en ¿mi mente?, tal vez en toda yo. Todo lo que leo, escucho y sueño forma parte de ella, la respiro. Pienso en los gloriosos meses en los que escribí, frenética, la primera novela. Es un estado de descubrimiento y, sí, de felicidad, los limbos en los que me sumergí entre hilos, personajes e historias fueron hondos y a veces intranquilos, pero sabía que volvería reanimada, entusiasta, como una diosa creando un universo.

En fin, pienso en la novela, es parte de mí.

19 de abril de 2021

Me tomé un whisky enorme. No era mi intención, pero no me quedó de otra. Bien dice Fabián Casas que es “el psicólogo rubio”. Luego de tomarme ese whisky enorme me sentí ligera, como al salir de una buena sesión con el terapeuta. También sentí durante largo rato con un calorcito interno, en el pecho, parecido al enamoramiento.

18 de abril de 2021

De todas las cosas que agradezco a mis padres, la mayor, la mejor, la más importante son mis hermanos, pero sobre todo la hermandad que nos ayudaron a construir. Es cierto que ahora de adultos es responsabilidad nuestra querernos y cuidarnos como hermanos, sin embargo, nuestros padres pusieron las bases en las que hoy somos amigos y hermanos.

Hoy es el cumpleaños de mi hermana, cada 18 de abril es un recordatorio del maravilloso día en el que nació y me convertí en hermana para siempre, hermana mayor, hermana protectora, hermana sonsacadora y hermana compañera. A veces la extraño con esa nostalgia de adultas que tienen su propia vida y sus propios círculos, con esa lejanía extrema de ser dos personas muy distintas pero muy unidas y cercanas. Te quiero, hermana.

16 de abril de 2021

Gustavo me saludó desde esa distancia reglamentaria tan común en estos días de locura. Hablamos de los animalitos que nos acompañan, del Flaco, de Concho, de Larry y, sí, de PChan. Hablamos de la familia, de Rafa, de las niñas, de su pareja, de su madre, de su abuela. Hablamos mientras él hacía café, calentó el agua, molió los granos, usó el Chemex, arrimó pan y dispuso dos tacitas. La casa de Gus es preciosa, sencilla y bonita, como la foto de una revista. Con café y pan pasamos la velada, lo vi reírse, burlarse de mí, contarme de su lumbalgia, de las veces que ha pensado que se ha contagiado de Covid. Hablamos sobre ese trance que es caminar 100 kilómetros, sobre viajes que cambian la vida y sí, muy al final de la charla hablamos de libros, de librerías snobs y editoriales independientes. Hablamos de libros preciosos y de libros vomitivos. Yo le regalé una libretita y él una botella de cold brew que preparó. Me despedí, conduje a casa, tuve que tocar porque siempre olvido mis llaves. Ya dentro fumé mientras escuchaba la canción que me envió Antonio, me puse la pijama, recordé que no escribí en el diario y me prometí hacerlo por la mañana. Dormí bien.

Qué reconfortante es tener amigos.

14 de abril de 2021

Hay días suaves y otros muy rasposos. Hoy fue uno suave aunque agotador, lleno de diligencias cotidianas. ¿Qué importancia puede tener ir al súper y acomodar la alacena? Pero la tiene. Sé que hay comida, antojos y hasta un colador nuevo. Eso es muy importante. La trascendencia en estos casos es vital y efímera, pero hermosa y llena de significados, como el cuidado y la previsión a los pedidos y necesidades de mi familia. A veces la trascendencia es así, llana, tranquila, como un río que corre muy, muy suave.

13 de abril 2021

Volver no siempre es derrota y no todas las veces es felicidad. A veces solo se vuelve. Punto. Estoy de vuelta. No es menos ni es más. Me fui, hice mis cosas, regresé. Punto.

Hay vueltas que a veces debemos justificar, a veces la razón por la que nos fuimos, pero muchas veces más la razón por la que tardamos tanto —¿quién sabrá qué es tanto?—. Se vuelve en el momento correcto para nosotros mismos, aunque esto no siempre significa que nuestra vuelta es oportuna.

Todas las veces que he esperado a que alguien vuelva me he decepcionado. Todas. Y ahora, si volvieran, sería ridículo. Hubo un tiempo en el que un hombre volvió en varias ocasiones, su vuelta era dulce pero también era vil. Volver continuamente es, al contrario de lo que parece, un juego siniestro. El fin de sus retornos lo puse yo. Me fui y no volví.

25 de septiembre de 2018

No se puede confiar en nadie que diga que no le gusta la trova. Tampoco en nadie que asegure que no le gustan The Beatles. ¿En serio? ¿Todas y cada una de las expresiones de trova, y todos y cada uno de los exponentes de los muchos de países que han dado canciones vitales no sólo para el género sino para la música; y la de todos los años y etapas que ha tenido? ¿Todos y cada uno de los discos de The Beatles que son tan distintos entre sí, que abarcan decenas de géneros, ritmos y variaciones en su composición? ¿Y todas y cada una de las canciones, que son miles, que conforman su obra? No, en definitiva no se puede confiar en esos seres.

¿Y es que acaso el gusto musical de cada quien no se debe respetar? Bueno, la respuesta es no. Cuando se parte de una necedad tan grande como decir que la “trova es basura” y que “The Beatles son aburridos” o, peor “suenan siempre igual”, no se puede dar mucho crédito a sus gustos y no, no se debe respetar semejante desbarro. Se les debe criticar, dar argumentos, ejemplos y muestras de que tanto la trova como The Beatles, cada uno en su terreno, pusieron una especie de cieno fértil en donde floreció prácticamente casi toda la música actual. Si luego de esto el sujeto en cuestión insiste en lo mismo, está bien, que tenga sus gustos abollados y cortos pero de eso a respetarlos sólo por la disposición de corrección política conciliatoria tan de moda hoy en día, jamás.

***

12 de septiembre de 2018

Hacer una carta siempre es emocionante. Una carta escrita quiero decir. La primera vez que recibí una fue cuando me mudé de Guadalajara a Cd. Juárez. Una amiga de la secundaria, Blanca, a quien nunca he vuelto a ver, me escribió. De hecho mantuve correspondencia con varias amigas, y cuando regresé a Guadalajara también me escribí con muchos amigos de esa ciudad fronteriza. Pero quién sabe como hizo el tiempo para ir colándose entre carta y carta hasta que un día me di cuenta que ya llevaba años sin contestar y, además, que la vida había cambiado tanto como para no importarme.

Igual pasa en estos tiempos de comunicación instantánea, redes sociales y aplicaciones móviles. El fenómeno es el mismo, de pronto, casi sin notarlo, han pasado años desde la última vez que escribí a esas personas que tanto significaron durante un tiempo. En este momento se me vienen a la mente  varias personas, a veces pienso que soy esa amiga que todos tenemos y de la que decimos ¿qué habrá sido de ella? pero sólo por curiosidad y probablemente sin mucha añoranza.

***

6 de septiembre de 2018

Casi siempre llego tarde a todo. No, no es que sea impuntual, aunque ser puntual tampoco es una obsesión —porque eso es— que pueda presumir como cualidad. Lo que quiero decir es que llego tarde, en pocas palabras, a la vida en sí. Una vez entendí por qué es así. Estaba en la preparatoria y un día “desperté”; así como se lee. Desperté y me di cuenta de que unas amigas, amigas inseparables durante meses, se habían cambiado de lugar; movimiento que en esas edades significa que entre nosotros se había erigido una frontera infranqueable y que probablemente —como ocurrió— jamás cruzaríamos  para ser amigas como hasta entonces. Era tarde para reaccionar, mi silencio les habrá confirmado que no me importaba su amistad, aunque esto no fuera así. En ese “despertar” me di cuenta que mi otra amiga tenía novio, que mis otros amigos se juntaban a fumar a la salida y ya no me acompañaban a tomar el tren para regresar a casa. Es decir, desperté y me encontré sola. Todos me hablaban, me saludaban, después de todo yo no les “había hecho nada”; mi ausencia la infligí estando presente, la peor de las ausencias, pero tampoco podían reprocharme nada —o no mucho, al menos—.

No sabía que me “dormía” o me “apagaba”, aunque ahora creo que solo me ausento. Ese día en la prepa lo supe. Comprendí que eso de “vivir en las nubes” no era solo una frase trillada. Y para seguir con las frases trilladas agregaré: si por cada vez que me han dicho “¿Cómo, no sabías?” me dieran también un dólar, sería tan rica como Jeff Bezos; bueno, es mentira, no tanto —tampoco hay que exagerar cuando se usa un lugar común— pero sí tendría un buen fajo de dólares.

***

5 de septiembre de 2018

La mera verdad es que me gusta El Tri. Y este principio en tono de disculpa no es porque se trate de un gusto culposo —aunque lo es— sino porque hoy recordé que me gusta, aunque por cuenta propia no los haya puesto en muchos años. Como siempre pasa con El Tri, la canción sonaba a todo volumen; el sonido provenía de una camioneta con las puertas abiertas mientras dos señores subían costales en la parte de atrás. Ambos tenían esa facha descascarada de rockeros de los ochenta que la vida cotidiana ha ido esculpiendo a lo largo de los años, desde que ellos y Alex Lora eran jóvenes; cuando se creyeron entera la disidencia y la contracultura, cuando el rock era una forma de vida y medio de expresión para decir lo que nadie se atrevía. Cómo no, eran buenos tiempos. Oscuros, pelados, incluso mugrosos. Como cuando yo oía a El Tri en la radio de mis tíos y me enamoré de un casette que tenía un concierto grabado en una cárcel —¡en una cárcel!—. Aquello fue la perdición, lo escuché hasta que me aprendí de memoria el inicio, cuando un tímido maestro de ceremonias dice que se grabará el concierto “para reconocida marca”. Me imaginé a los hombres reír, cantar, ser libres. También me aprendí los chistes de Alex Lora y desde entonces supe que en los conciertos de El Tri hay que gritar una y otra vez “Triste canción de amor”, incluso si ya la tocaron. Es la ley. Mis tíos también eran de esos rockeros, de esos que existieron antes de que el rock fuera domesticado, antes de que en los conciertos los asientos fueran numerados y hubiera aire acondicionado, antes de los vasos de plástico por temor a que alguien con un espíritu más sarro se le ocurriera aventar botellas de vidrio al escenario o vaya uno a saber donde.

***

31 de agosto de 2018

Me gustaba Guadalajara cuando me cabía en una mano. En esa época en que lo mejor del mundo estaba en dos puntos de la ciudad a donde iba y quería quedarme para siempre. Me gustaba cuando se hacía de noche (pero no tanto) y bullía en mí la urgencia de estar ahí pero ir de camino a casa. Me gustaba extrañar Guadalajara cuando un día, sin que pudiera hacer nada, me mudé a unos mil kilómetros. Me gustaba que me gustara Guadalajara.

Me gusta recordarlo ahora que casi no salgo de casa y me basta. A veces pienso que busqué algo que no encontré, a veces que encontré lo que buscaba… pero otras veces sólo me siento cansada. Apática.

Vieja vetusta cuando pienso en esos días cuando mi ciudad era pequeñísima.

***

30 de agosto 2018

“Había una vez y no había una vez”. Es probable que nunca deje de sorprenderme el libro Mujeres que corren con lobos. Cada que vuelvo a él tiene una nueva lección.

Eso me recuerda que no hay que lamentarse por no recordar todo lo leído una vez llegamos a la última página. Debe ser, en cambio, una resignación a la pérdida pero que, sin duda, y en el momento menos pensado, el recuerdo nos asaltará y nos envolverá de nuevo, tal como sucede en todas las pérdidas, en todos los duelos.

No existen los duelos pequeños.

***

29 de agosto 2018

“Mañana lo hago”. Así digo de muchas cosas que me salen al paso en mi día. Muchas se niegan y regresan a mi cabeza, me exigen, me llegan a gritar que las atienda. A veces no me queda de otra que hacerlo. La llamada que más se repite en mis días es “escribe” o “escribe en el diario”, pero esta urgencia, aunque vital e imprescindible, es dócil y acepta un “Mañana lo hago”. Sin embargo, no dejo de escuchar lo mismo todo el tiempo: cuando me levanto a deshoras a hacer el desayuno, cuando limpio la casa, cuando escribo para otros, cuando me entretengo escribiendo a mis amigos por chat, cuando hago la lista de compras, cuando lavo los trastes y pongo el agua para el café de la tarde, sigue sonando quedito en mi cabeza: “Escribe”, “oye, escribe”. Finalmente llega la noche y comienzo a vencerme, “se me acabó el tiempo”, me digo. Así han pasado más de 20 días en los que quiero escribir aquí y por mil inventos no lo hago.

Ayer leí que decir “No tengo tiempo” es una mentira.

***

6 de agosto 2018

Aunque hay gente que nos enseña lo peor de ellas mismas, también hay personas que nos conmueven con sus favores o sus obsequios. Pero no hablo de grandes regalos o lecciones de vida que tienen toda la intención de serlo, sino de esos pequeños detalles que demuestran, en su sencillez, amor profundo o empatía. Recuerdo una vez, cuando me separé de mi primer esposo, mis amigas me visitaron en mi nueva casa. Además de saber cómo estaba, querían que les contara cómo había ocurrido aquella calamidad. Para ablandar el terreno una de ellas llevó una botella de vino tinto pero yo no tenía ni sacacorchos ni vasos para todas (éramos cuatro y no tenía más que dos vasos). Pudimos abrir el vino y compartimos los dos tristes vasos que, sin querer, eran muestra de lo dolorosa que estaba siendo la separación. Al día siguiente Amparo me avisó por teléfono que estaba afuera de mi casa pero que no podía bajarse del auto porque tenía prisa. Salí y me extendió una bolsa y me dijo, háblame si necesitas algo más. El obsequio era un juego de seis vasos, además bonitos. Entonces pude llorar. Los vasos me ubicaron en el momento exacto en donde me encontraba y no en la melancolía por el pasado. Los vasitos naranja me instalaron en un presente austero pero lleno de posibilidades. Tal vez Amparo ya no se acuerde de eso, pero yo me acuerdo y siempre le doy las gracias.

Así como pueden ser detalles diminutos los que nos conmueven y nos marcan para siempre, así también lo son los que dinamitan una amistad. De estos recuerdo varios y he intentado escribirlos aquí pero cada uno me ha parecido una tontería mía. ¿Será que las cosas “malas” que nos hacen los demás solo son acciones que esperábamos de otra manera?

***

25 de julio 2018

Aprobarse a uno mismo es una tarea diaria. En un día cualquiera se ponen a prueba las más diminutas muestras de nuestro trasfondo. Estas se asoman a cada paso para ponernos a prueba. ¿Me gusta mi cuerpo, me gusta mi casa, me gusta lo que hago, me gusta mi piel, mi cabello, mis tatuajes, mi pareja, mis hijas, el futuro que estoy construyendo? Todo se conjunta en un día y a veces reprobamos cada paso que damos y cada detalle que somos. Por eso la tarea infinita de aceptación. «Me apruebo a mí misma» se ha convertido en mi tarea diaria y no es sencillo, también debo aceptar lo que no apruebo para caminar ligera. Como debe ser.

***

24 de julio 2018

Le he fallado a este Diario inoportuno varios días porque me he sentido estancada; también triste por muchas razones. La principal, el duelo por una persona querida. El golpe más duro de una pérdida no radica en la inconmensurable muerte física sino en los pequeños detalles que se van agolpando al paso de los días después de ella. Esa persona no está más aquí para escuchar, para reír; tampoco está su ausencia por días o meses pero que sabíamos se saciará cuando nos volviéramos a ver. El duelo significa aceptar esa ausencia como definitiva, es aceptar que si le escribo no contestará, que si le hablo solo habrá silencio. Sí, es aceptar el silencio definitivo. Aunque no todo es silencio ni ausencia pues uno llena esos huecos con lo que nos quedó de esa persona querida. Sé, por ejemplo, qué diría de mi idea de escribir este diario; también sé que pensaría de aquella película o de aquel libro. No me lo imagino, lo sé. Así han sido los días desde esa tarde que me invadió su ausencia definitiva. Despedirlo no es fácil porque la tristeza me impide aceptar que ya no está. ¿Cómo habría de no estar si lo siento presente, si el cariño que le tengo existe hoy? Así de contradictoria es la muerte, nos revuelve las conjugaciones y nos doblega a nombrar en pasado lo que sentimos en el presente o bien, transforma el presente en el lenguaje de los sueños.

En el duelo suceden muchas cosas, rememoramos y añoramos, anhelamos y detenemos el tiempo. Se debe aceptar que en todos los futuros esa persona no está y sin embargo está, porque sabemos qué diría, qué haría, con qué sorprendente contestación nos iluminaría el día. Varias veces en estos días he pensado todo lo que no le dije y en todo lo que no nos diremos, pero también en todo lo que igual le he dicho, aunque no esté porque sí está. En el duelo también hay mucho agradecimiento, por las cosas que nos tronaron el corazón y por las veces que nos sanamos juntos y separados, porque su paso en mi vida fue una enseñanza y porque sigo aprendiendo de ella. Porque muchas cosas que soy se derivaron de un día, hace mucho tiempo, haberlo encontrado en mi camino. Recuerdo lo que me dijo la primera vez que platicamos, la primera vez que nos vimos, las primeras veces de cada cosa que vivimos juntos, de cada detalle que nos unió y también los que nos separaron. Recuerdo la última vez que platicamos: «Ni modo», me dijo, porque antes mencionó que hacía tiempo que no nos veíamos. Yo también te extraño, me habría gustado decirle pero no lo hice. Hoy te extraño, te digo.

***

6 de julio 2018

Aprender algo nuevo requiere más que práctica y determinación una buena dosis de derrota. Ah, sí, también una buena tajada de humildad. Cuando aprendemos cosas nuevas partimos de aceptar la torpeza en muchas áreas, otras veces nuestra ignorancia. Aceptar que existen esas dos vergonzosas situaciones es ya un gran paso para aprender, es entonces que sí se requiere la práctica y la determinación… y la derrota de que tardaremos un buen rato en llegar a hacer lo que queremos hacer como lo queremos hacer.

***

5 de julio 2018

Las vacaciones son desesperantes. Luego de meses de resignación ante la derrota en contra del despertador, llegan las vacaciones y acaba con lo poco que se había ganado en esos menesteres indecorosos de levantarse temprano. Es cierto, luego de varios días al hilo de doblegar el alma con abrumadoras alarmas que, aunque pueden ser melodías curiosas y cándidas, nos arrebatan de la verdadera existencia: los sueños, llegan las vacaciones y hacen un desbarajuste. Las mochilas escolares se clausuran sin necesidad de poner ningún candado en ellas; los lápices permanecen derechos y serios en su sitio; sólo los libros coloridos suelen abrir sus páginas en estos días de anarquía; todo mundo dibuja, tanto que la casa se inunda de obras de arte con marcos de brillantina; los almuerzos se toman a ton ni son y a la hora que sea; las luces se apagan tarde, se prenden aún más tarde o, peor, no se prenden. En fin, todo se vuelve una locura y entonces uno se desespera por aquel desorden.

***

2 de julio 2018

La angustia a veces se anida como un nudo en el cuerpo, a veces en la boca del estómago, otras en la garganta y a veces se extiende como una telaraña gigantesca. No nos deja tragar, respirar, ni soñar, nos aprieta en el presente, nos nubla la vista sobre el prometedor futuro. Sabe, yo siempre siento la angustia como una náusea, como una parálisis que no puedo controlar. No tener fe es parecido a rendirse antes de tiempo, no creer en “el dadivoso azar” es no creer en que los milagros existen.

***

30 de junio 2018

La verdad es que ayer lloré por la noche. Me desperté porque un mosquito me picó en un dedo y lo sentía muy hinchado e irritado. No, no lloré por eso sino porque me encontré despierta en el silencio profundo de la madrugada, en ese que se supone uno debe transitar dormido pues se corre el riesgo de encontrarse con uno mismo y sin máscaras. Hola, me dije. Ay, pensé, ya voy a empezar. No me siento bien, ¿sabes? Claro que lo sé, pensé, es obvio, pero no me dije nada, soy muy susceptible. Lamenté que el sueño se me habiera espantado de forma irremediable y no poder cubrirme con el sueño y olvidar mi encuentro conmigo misma, cosa que ha pasado en otras ocasiones. Entonces comencé a llorar. Rodé los ojos —metafóricamente, pues los tenía ocupados en llorar—. Aquí vamos, suspiré. Entonces comencé con el regaño de siempre, no debes evitar lo que sientes, hacer eso es un engaño, ¿sí sabes que no puedes engañarme, no? Me quedé sin respuestas, entonces lloré con muchas más ganas hasta quedarme dormida.

***

27 de junio 2018

No me gusta el fútbol pero hoy caí en las redes en las que a veces me atrapa: un partido decisivo de la selección nacional en la Copa del Mundo. Sentí lo que pocas veces siento por un partido: impaciencia, emoción, enojo, decepción y, finalmente, regocijo. Aunque siempre he creído que la idiosincrasia no es más que una mentira elaborada que todos nos creemos y repetimos para justificar nuestros peores defectos con el cobijo del anonimato, a veces sí creo que ser mexicano es divertido. Olvídense de la payasada esa de que los mexicanos nos reímos de la muerte (lo cual, para empezar, no es verdad); también dejemos de lado el orgullo sangrón de que comemos como nadie en el mundo: noticias, nadie come ni como el vecino, ni el que vive en frente o en otro país, y, por último, por mí pueden desaparecer todas esas formas patrioteras para festejar a un país, eso sólo es para extranjeros, no para los mexicanos de a pie.

En fin, perdió México, me enojé y me alegré de que hayan calificado a octavos de final. El problema es lo que nos depara el próximo partido: una derrota o bien, la gloria de alcanzar (por fin) el quinto partido. —Uy, hasta parece que me gusta el fútbol pero no, sólo soy una fantoche que tiene la ilusión de ganar; siempre lo quise desde que era pequeña, creo que todos queremos eso. Mi hija lo resumió de la mejor forma: “Ha de ser muy emocionante ver que tu país sí gane”. Pues sí, ha de ser bonito eso.

***

22 de junio 2018

Siempre me han parecido muy curiosos los tests de personalidad. ¿Por qué existen? ¿Para conocerse uno mismo no basta y sobra con uno mismo? ¿Para qué queremos confirmar una y otra vez que somos parecidos a muchas otras personas del mundo a pesar de todos nuestros esfuerzos por ser, según nosotros, diferentes? Además, ¿qué ganaremos con conocer nuestro “perfil de personalidad”? ¿Nos conoceremos más? y si no nos conocemos ¿cómo sabremos que efectivamente la personalidad que arroja el test es acertada? ¿No estaremos poniendo en manos de un agente externo a que nos explique lo que somos sólo por pura cobardía a no decirnos nuestras verdades de frente?

Según el indicador Myers-Briggs soy INFP (qué gran cosa, un test que confirma que soy introvertida).

***

21 de junio 2018

Tener expectativas puede ser una trampa mortal. No de vida o muerte —creo— pero sí mortal y sobre todo una trampa, una que nos ponemos nosotros mismos en nuestro camino. Las personas, los proyectos, la rotación de la Tierra, todo funciona bajo sus propias reglas —inamovibles— y por más que deseemos que sean distintas las cosas seguirán su rumbo. ¿Qué podemos hacer? Rendirnos. Rendirse puede sonar a derrota pero más bien es dejar la lucha contra el dragón inexistente —lo sabe bien San Jorge—. Rendirnos nos da libertad, y caminar y vivir así es mucho mejor que pelear una batalla que ya hemos perdido.

***

14 de junio 2018

Ser aprensivo es un asunto exhaustivo. Las cosas pequeñas tienen un peso enorme, los detalles una importancia sobrevaluada, los gestos se convierten en hirientes navajas que nos pinchan cada vez que son recordados y así un montón de filigranas encontradas en las actitudes de los otros por parte del aprensivo. Las dolencias del aprensivo son devastadoras y silenciosas. Son tan ridículas pero totales para esos seres sensibles y culposos, miedosos  y obsesivos.

Ser aprensivo es un asunto bastante jodido.

***

13 de junio 2018

Ver a un viejo amigo siempre es una especie de volado. Puede caer águila o bien, sello; es decir, se puede ganar o se puede perder. ¿Ganar qué? La mala experiencia o perder para siempre las ganas de saber de él. Hoy vi a un amigo que tenía tiempo sin ver. Me entusiasmó mucho la idea desde hace una semana cuando quedamos. Esperaba nerviosismo, un alúd de felicidad pero al llegar al café y verlo sentado esperándome sentí mucha paz. Lo abracé, me recordó lo mucho que lo quiero y lo mucho que me había acostumbrado a extrañarlo. No gané ni perdí nada, seguimos siendo los mismos aunque con muchas cosas qué contarnos. Sí sentí pena por no estar en muchos de los momentos que me contó, o acompañandolo a atravesar esa melancolía por la que transita —no me lo dijo pero se le nota—.

A veces nos toca alejarnos de las personas que más queremos o querer a gente que está muy lejos. A veces nos toca querer gente que ya no nos quiere cerca, otras somos nosotros quienes pasamos el bisturí por una apretada costura de amistad.

***

12 de junio 2018

En el budismo se le denomina al incontenible parloteo de la mente como “mente de mono”. Mi mono es uno que brinca de rama en rama, grita, se cuelga de la cola, come, se rasca y sigue emitiendo sonidos sin parar. A veces me cansa su ir y venir, su inconexa cháchara, su interminable verborrea. Por eso a veces escribo como terapia ocupacional, al menos el mono se concentra un poco —eso creo—. Todos debemos amaestrar ese mono porque de otra forma nos transformamos en monos parlantes por dentro y por fuera.

***

11 de junio 2018

Hoy llamaron a la puerta con insistencia. Cuando esto sucede siempre voy a atender a regañadientes y recodé, una vez más, que me gustaba vivir en el departamento de altos sólo porque esto me permitía mayor gestión de los inoportunos visitantes —lo cual significa que la mayoría de las veces los ignoraba—. Abrí y la mujer me preguntó si yo era simpatizante del partido político que ella representaba. Lo que se supone debió ser una respuesta sencilla y negativa no brotó con la facilidad que pensé por un segundo. Quise decir «No» y cerrar la puerta pero un tanto de morbo me invadió —es la pura verdad: pensé que tal vez me daría algo—. Mi pensamiento pensó en el sí, pensó en el no y decidió por una respuesta tibia y condescendiente. La señora también dudó; la vi titubear su respuesta y decidirse por un «Gracias» e ir a la casa de la vecina —ella con seguridad les habrá dicho que sí, claro, pase usted, y tendrá ya su tortillero térmico, una bolsa o una despensa—. Luego me reproché no parar oreja para saber más de lo que me había perdido.

Sí, hay días que sale lo peor de uno: indecisión, avaricia boba, morbo, envidia, enojo y reproche. Pienso, otra vez, que me gustaba vivir en el departamento. Ojalá la puerta tuviera una mirilla, así podría preparar mi respuesta o bien no tendría que decidirme torpemente por un monosílabo que marcaría el destino de una tarde. Vaya día.

***

8 de junio 2018

Sentirse afortunada. Sentirse agradecida. Sentirse feliz. Sentirse abundante. Sentirse enamorada. Sentirse confiada. Sentirse calmada. Sentirse amada. Sentirse completa. Hay días en los que no pienso mucho o bien, no pienso en nada. Esos días sin muchas vueltas me siento bien. Así, simple y llano: bien.

***

7 de junio 2018

Dicen que las cosas no nos pertenecen sino al contrario. Y hay mucho de verdad en esto. Si yo decidiera irme mañana de la cas en donde vivo tendría que empacar miles de cosas. Lo más curioso es que en al guardar las cosas me daría cuenta que hay muchas que ya no necesito, no me gustan o que nunca me han gustado. Entonces, ¿por qué siguen aquí pululando por la casa? Sé que si reviso mi ropero no me llevaría toda la ropa, para empezar depuraría los calcetines. Si voy a la oficina, regalaría muchas revistas y algunos —solo algunos— libros. Eso sí, me sobrarían muchos adornos que alguien trajo a casa y siguen ahí haciéndome guiños sin que yo logre verlos, odiarnos, amarlos o regalarlos. ¿Cuanto de todo este tilichero exterior tiene que ver con el del interior? Es triste, pero creo que mucho.

***

6 de junio 2018

Cuidar a alguien es un asunto necesario. Sacudirnos el egoísmo, la constante de ver sólo por nosotros mismos. Sin embargo, esto, paradójicamente, puede hacer que nos olvidemos de nosotros y terminemos quebrando el cántaro.

***

5 de junio 2018

La hermandad se define como «Relación de parentesco que existe entre hermanos» y también como «Relación de afecto y solidaridad que existe entre un grupo de personas o pueblos». De la primera tengo la fortuna de vivirla con dos personas y de la segunda con algunas cuantas que he encontrado en el camino y otras que se quedaron en algún punto de él. Describir mi relación con mi hermana es complejo, no porque no sienta amor por ella más allá del parentesco sino precisamente porque lo siento más allá de él; lo mismo me sucede con mi hermano, luz de mis ojos desde que llegó a casa envuelto en una cobijita de colores pastel. Convertirnos en adultos nos ha hecho escribir otros capítulos —a veces con renuencia de mi parte, sobre todo por temor a tocar algo central—. He tenido que perderlos para poder ganarlos de otras formas. Los amigos se pueden dejar atrás, no sin lágrimas o nostalgia, pero se puede; a los hermanos, en cambio, siempre nos unirá algo por más que nuestros caminos se separen. Existe un llamado interno que me obliga —y me entrego a él— a quererlos más allá de mis expectativas.

***

4 de junio 2018

Escribir es delicioso. Es como una sutil fuerza interna que sube —¿baja?, ¿sale?— de mí. Algo incontenible que se revela; como agua que se destila sí o sí. Pensar es como escribir, escribir es como fluir, sentir es como escribir, hablar es como hilvanar —también es un camino por el que la escritura transita—. Eso que sube, que baja o bien, sale, es una sustancia indescriptible. Como una sustancia etérea que se transfigura en palabras escritas. Escribir es delicioso aunque también duele cuando nos escarbamos el corazón para sacar lo que ahí mora, o cuando removemos los recuerdos para verlos a la luz del día y encontrar vetas interesantes, también duele no encontrar nada y salir de ahí desechos y con las manos vacías. Empalagarse con eso tan delicioso no es posible. Algunos caminan, otros juegan con colores o luz, otros se ponen trajes de distintos todos los días y otros escribimos. De alguna forma todos buscamos un camino, todos exploramos para encontrar un camino; ¿a dónde? No lo sé.

***

3 de junio 2018

Siempre he sentido que la vida «me pasa por encima». Como si no la viviera sino que existo al margen de ella. Antes pensaba que sólo era distraída —y probablemente así sea — pero ahora creo que es más que eso. Siento que vivo de forma paralela a los demás y a la vida misma; un tanto ajena, un tanto sin conectar con la gente y las situaciones pero inmersa en un universo donde todo ocurre a la vez. Desde niña he sentido así la vida —¿o debería decir «así he vivido»?— y al paso del tiempo me he acostumbrado a no pertencer a… nada, sólo a mí y tal vez a mi familia —pero no a toda—. Es como si todos pertenecieran a un club y yo los mirara por fuera, desde otro lado, mucho más allá de las gradas.

***

31 de mayo 2018

Hay un listón dorado que estoy anudando. Doy una vuelta, lo cruzo, lo aprieto con sutileza pero con la firme convicción de no volver a desatarlo. Le hago una oreja, luego otra, las cruzo, vuelvo a apretar y cierro. Así se termina una espera que encuentra su punto final en este nudo brillante y dorado. Así se cierra una herida que temía pero me urgía cerrar.

Adiós, te digo.

***

30 de mayo 2018

¿De dónde provienen los «malos» pensamientos? ¿Forman parte de nosotros, son intrusos como si de parásitos se trataran o están en la sombra nuestra esperando salir ante un descuido? ¿Por qué les tememos, a caso nos atemoriza esa masa que tratamos de ignorar, evadir o que fingimos no ver?

Hoy pensé que soy una mala madre. En un primer momento ese pensamiento salió claro y brillante, innegable. Lo vi, me vio y yo negué con la cabeza. No porque no creyera lo que decía sino porque no pude desmentirlo. Sentí tristeza. Sentí rabia de pensar ese acusador y veráz pensamiento. Más aún, le agregué agravios dirigidos a mi maternidad comodina, a mi maternidad que respira con suficiencia cuando ve a otras madres con su hijos haciendo una rabieta escandalosa en la calle o cuando su pequeños se rehúsan a comerse sus verduras. Le dije —me dije—, es verdad, soy una mala madre y por más que intentes jamás serás la madre que deberías ser, ni todos los desayunos y regalos del mundo pueden compenzar tus defectos.

A veces somos nuestro peor enemigo. Corrijo, somos nuestro peor enemigo.

***

29 de mayo 2018

Los recuerdos no siempre lucen como materia del pasado —¿lo son?—, más cercanos a los sueños aunque no lo sean —¿no lo son?—. Según esto el cerebro cuando recrea eventos pasados los vive de nuevo, como si estuvieran pasando en ese momento; también según esto con los sueños le sucede prácticamente lo mismo. ¿Entonces qué es lo que vivimos si constantemente estamos recordando, planeando cosas en el futuro, contando cosas que pasaron? ¿Cuantos instantes vivimos en el presente? ¿Existe el presente o no existe como dicen que sucede con el pasado y el futuro? ¿Nosotros existimos?

***

28 de mayo 2018

A veces las máximas de vida están en frases a primeras vistas comunes, incluso vulgares. «No se debe comer mariscos en meses sin “r”». ¡Cuánta sabiduría en una pequeña frase! Primero pensé que era por el calor pero la razón es mucho más amplia, tiempo de veda, mareas rojas y más detalles que tienen que ver con la vida del mar.

Ese día nos decidimos por un lugar de antojitos mexicanos, ¡cuánta sabiduría en un sólo lugar!, me dije.

***

27 de mayo 2018

Comer demasiado más que un pecado es un destino ineludible. En mi familia siempre ha habido la tendencia de instalarse en ese lugar y ya no salir de ahí hasta que casi le estalla a uno la ropa. Cualquier reunión siempre se organiza en torno a un platillo, a veces sencillo a veces laborioso pero nunca frugal. Jamás hemos sido de postres pero poco a poco han ido ganando terreno los pasteles y el café para cerrar las comilonas. Cuando no hay postre se repite el platillo principal en un taquito o en una —solo en intención— pequeña porción del mismo. Cuando vas a la casa de una de mis tías o de mi madre y faltan dos horas para alguna comida ya puedes darte por invitado. Esa costumbre, tal como muchas otras se repite en mi propia casa y mis hijas han aprendido lo mismo. Es cierto que la forma de comer es una parte de la herencia que recibimos —con todo y sus excesos— de nuestra familia y nosotros la aceptamos sin cuestionarla, y cuando lo hacemos nadamos un buen tiempo a contracorriente de la vida misma.

***

26 de mayo 2018

En muchas ocasiones me quedo esperando respuestas. Respuestas de otras personas. La ilusión de estar siempre disponibles y conectados a veces nos deja en la desolación; ahí donde hay mucha gente pero nadie te contesta, ahí donde hay mucha gente pero estás solo. Es común que a veces alguien no responda; también lo es que yo no lo haga, pero lo que carcome el ánimo es que varias personas a la vez no te respondan y la espera se multiplique por dos, por tres, por cuatro. ¿Qué queda por hacer? No mucho. Esperar, volver a escribir —luego de un tiempo prudente—, más que todo no tomarlo personal y volver a esperar.

La ilusión de estar conectados puede dejarnos el alma pelada, pero nadie lo verá.

***

25 de mayo 2018

Estrenar zapatos es un gusto. Lo es desde que vemos un modelo que nos llama. Es curioso cómo están dispuestos los zapatos; están los de hombre, los de mujer, los de niño y los de niña; los de bebé que también sufren la separación según el sexo de quienes los pueden usar. En algunas zapaterías hay modelos para personas mayores; en otras hay para el uso que se les pueden dar: de trabajo, de uso rudo, para caminar, para correr, para andar en la casa. Nuestro gusto y una larga tradición dictan la ocasión para la que pueden ser usados, pero esto también es arbitrario, ¿quién dice que los zapatos de trabajo no pueden ser tacones o bien unos tenis? No hay nada escrito, ni un reglamento, pero todos sabemos la jerarquía y etiqueta de los zapatos.

Hoy compré dos pares de tenis, ¿quién necesita dos pares de tenis? Nadie. Sin embargo los compré por una treta mercadológica de 2 x 1.5, es decir, el segundo par a mitad de precio. Irresistible.

***

24 de mayo 2018

«El rock ha muerto». De nuevo encuentro esta frase y me pregunto si esta vez sí habrá de cumplirse el destino funesto que se le ha vaticinado al rock desde que nació. «No lo creo», me contesto de inmediato —o tal vez contesta mi alma rockera que jamás aceptará este hecho—. No lo creo porque aunque no haya nuevos —y buenos y trascendentes y esenciales— grupos de rock e, incluso, se hayan hurtado una buena parte de los hits de los grupos clásicos para el masacote ese llamado cultura popular —y que con muy poca suerte sonarán en alguna boda o quinceañera— o aunque se hayan apaciguado los conciertos de rock con asientos numerados y bebidas impagables, el verdadero espíritu del rock no morirá —¡no morirá!, grita mi alma rockera mientras escribo—. Para que el rock muera se necesita que hasta el último rockero con alma rockera deje de aferrarse a sus melodías poderosas y estremecedoras favoritas, a los riffs  inolvidables que con un par de notas despierta todos sus poros —internos y externos—; se necesita que el rockero renuncie a su vocación de rockero y esto, como podrán imaginar, es imposible.

Por otro lado, aquellos a los que se les llena la boca con la declaración de defunción del rock se olvidan de que el rock es contagioso —MUY contagioso, grita mi alma rockera—. Incluso si todas las estrellas del rock se nos mueren, su brillo —si se me permite esta cursilería y si no porque para eso soy rockera y el rock es mucho más cursi de lo que aparenta y acepta— su luz nos queda todavía para muchos años luz y, por suerte, nosostros somos finitos y minúsculos en esta vastedad. Por eso y más declaro que el rock no morirá jamás.

***

23 de mayo 2018

Alguna vez tuve 36 años. Esa cifra escribí en un papel que hoy, tres años después, encontré. «Edad: 36», leí y pensé que tal vez era un error, pero no. No era un error ni una mentirilla que puse por vanidad —hace tiempo que dejé de preocuparme por esto—. «Qué joven», pensé.

Siempre somos tan jóvenes en los recuerdos que vamos dejando. Siempre somos más jóvenes que ahora, incluso en la foto reciente, en la instantánea que asoma como lengua de una cámara vieja o en las múltiples tomas de un smartphone. Siempre nos damos cuenta de que somos un pasado joven y prometedor en cualquier foto hallada; en cualquier documento archivado

***

20 de mayo 2018

El sábado conocí a un chico originario de Francia. Vino a México a hacer una pequeña gira de conciertos. Thomas es guitarrista clásico y en su primera visita a este país de locos primero fue a Colima y luego vino a Guadalajara. Después irá a Morelia y luego al DF a la Ciudad de México. Fue a mi casa a cenar y platicamos un poco sobre todo y sobre nada, como sucede en las reuniones relajadas. Nos contó sobre sus hermanos, sobre sus intenciones de visitar el museo de Frida Kahlo, que antes de venir a México leyó Pedro Páramo de Juan Rulfo —yo le sugerí que leyera a Arreola, mi favorito entre estos dos—. Brindamos con cerveza y luego le dimos a probar un ron panameño que guardamos para las visitas gordas.

Cuando me acosté a dormir pensaba en Thomas, en cómo será visitar Guadalajara en calidad de turista, cómo será recorrer por primera vez las calles que para mí son cotidianas e incluso he llegado a aborrecer. Por que sí, es verdad, me gusta poco, poquísimo mi ciudad. Puedo decir, incluso, que he llegado sentir odio por ella, por su desorden, por su atrevimiento de ser tan fea y venderse como una joya, por su mugre en las banquetas del centro “colonial” —como si esto fuera un atributo—.

En algún momento dejé de pensar en mi odio añejo a Guadalajara y apareció otra idea, una de esos pensamientos claros e innegables que nos hacen abrir los ojos, gesto inútil entre tanta oscuridad pero que existe y nos revela de forma sutíl el poder de las epifanías. Pensé en las nulas probabilidades de volver a ver en la vida a Thomas, de charlar con él luego de una cena mexicana. Sentí una curiosa nostalgia y pensé que mi sentimiento provenía no tanto de ese chico francés sino del temor temprano de dejar atrás esta etapa de mi vida que me encanta; porque me gusta mucho mi familia, mis hijas pequeñas pero lo suficientemente grandes para ser ellas mismas. Pensé, pues, en que cada sobremesa es otro irrepetible manjar y cada persona en la mesa —o en la vida— como una invitada de honor a la que hay que ofrecer lo mejor que tenemos.

***

18 de mayo 2018

Los caminos que nos llevan a conseguir nuestras metas deben ser muy claros pero debemos transitarlos con mucha tranquilidad. El ansia no agrega nada a nuestros objetivos, a caso sólo nos agota y nos hace desfallecer cuando vemos que avanzamos lento y muy poco.

Pensar en esto me hizo recordar las caminatas largas o cuando subí una montaña; cada paso contó, incluso si fue pequeño, si por poco no avancé nada; contó la amplia zancada y el paso inseguro. Porque al llegar a ese inevitable momento en que el esfuerzo me debilitó y obligó a parar para tomar aire, a descansar las piernas astilladas pude ver un paisaje hermoso que se extendía ante mí; pude ver desde una altura que jamás imaginé alcanzar. Así, viendo aquella vastedad tuve certeza de que sí, es verdad, que cada paso cuenta.

***

17 de mayo 2018

“Un artista debe complacerse así mismo y no a los demás”. Eso dijo Steven Wilson en su presentación y me quedé pasmada en la oscuridad de la sala de conciertos. Durante toda esta semana he pensado sobre mi propio arte, sobre mi forma de escribir y lo bien —o mal—  que lo hago. Jamás pensé en sólo pensar en mí, en encontrar las respuestas en mi interior. “Si lo que tengo que decir resuena en ustedes, qué bueno —agregó—  y esto dará pie a algo muy bonito”. Claro, pensé, porque uno se identifica con ciertos artistas —de la rama que sea— por las cosas que dice y cómo las dice; por su sesibilidad a ciertos temas o su tránsito en ciertos caminos por los cuales nos identificamos.

La búsqueda en el exterior debe ser de forma, con la intención de encontrar soportes para nuestro arte y todo lo demás le corresponde a lo interior, cuando nos atrevemos a buscar en el corazón, en la mente, en el fondo de las heridas para tomar esa materia y transformarlo mediante letras, música, movimientos, colores.

***

16 de mayo 2018

No sabía nada de la fidelidad hasta que conocí a Larry. La primera vez que lo vi él iba caminando por la banqueta a toda velocidad. La verdad es que le grité desde el auto en el que yo viajaba. «¡Guapo!», le dije y él no se inmutó; siguió su caminata rápida, casi como si huyera de algo. Más tarde, cuando llegó a mi casa estuvo serio y muy callado, se rehusó a comer o tomar algo mientras yo me preguntaba si había sido buena idea traerlo a casa.

Casi tiene un año viviendo conmigo, desde ese día que le dije guapo él y yo somos inseparables. Me sigue a todas las habitaciones, me acompaña en mis siestas inoportunas y culposas que de tanto en tanto me da por tomar; me acompaña a poner el café redentor de la mañana y el que salva la tarde; sube conmigo a tender la ropa y a regar las plantas. Si me paro a servirme agua él se siente obligado a seguirme —y lo hace—.

Digo que conocí la fidelidad no por su mansa compañía de perro guapo sino por la que yo siento por él. Lo quiero como a ningún otro ser —perdóname, Kero—, lo cuido, lo cepillo, a veces camino varias cuadras a deshoras para que no se quede sin comer, y todo esto lo hago sin la desgana esa que nace de las cosas hechas por obligación. Fidelidad, le dicen.

***

15 de mayo 2018

Liar un cigarro es una experiencia muy satisfactoria. Claro, cuando sale bien; es decir, cuando el tabaco se apretuja y se compacta, cuando llega a las orillas de la canala sin escurrirse o bien sin huir de los bordes dejándolos huecos; cuando se logra el doblés o, mejor aún, la prodigiosa vuelta del papel arroz; cuando al terminar de enrollar se sella con una caricia prolija hecha con la lengua. Sí, cuando con un poco de pericia y un buen tanto de magia logramos liar un cigarro la cosa se pone buena. El tabaco se prende poco a poco y al trasmutarlo con fuego se puede saborear su perfume y su picor.

En cambio, cuando el tabaco a penas logra llegar a los bordes de la canala o el cuerpo del cigarro es irregular y, en resumidas cuentas, desastroso, la cosa se pone bastante mal pues provocamos un incendio que no podemos controlar, que quema aquí y allá; se arrebata el tabaco y se nos desordena entre los dedos aquél desbarajuste.

***

14 de mayo 2018

¿Escribir en la mente también cuenta como escribir? Ayer pasé el día sacudiendo adjetivos de mis escritos. Los dejé ir, no sin remilgos, en favor de otros favores de la gramática y la claridad. La intención de llenar de belleza a mis sujetos me llevó a un callejón sin luz (que no oscuro) y una noche con pocas estrellas.

***

13 de mayo 2018

Hoy no.

***

12 de mayo 2018

Si la nostalgia está de moda ¿qué añoraremos dentro de unos años, una especie de metanostalgia?

***

11 de mayo 2018

¿Por qué el pan es lo más bueno del mundo? ¿Por qué comparamos su deliciosa textura y su ricura con características sólo adjudicadas a Dios? —a veces también a la vida, pero sólo cuando recién nos enamoramos—. El perfume del pan es embriagador, lo es desde sus etapas primitivas, cuando el pan es solo polvo y se comienza a construir con líquidos, bacterias, piedrecitas varias y también golpes, jalones y abrazos; también lo es cuando el pan se esculpe, cuando se decora con vestidos bonitos y extravagantes o bien cuando se le deja desnudo y cautivador. Pero sin duda el aroma que nos desarma es el que lanza escandalozamente y sin pudor al salir del horno.

Es irrenunciable y de ineludible hechizo. Su majestad el pan, decimos.

***

10 de mayo 2018

Pedir perdón es un viaje duro y fatigoso. A veces nos rehusamos a transitar ese camino por pura necedad —aunque sepamos que es inevitable y, de hecho, necesario a riesgo de quedar rotos siempre—. Pero una vez en marcha comprendemos que es mejor arriesgarnos a ser lastimados. Porque eso es a lo que rehuimos, a ser lastimados si no nos perdonan, o bien, si nos dicen que el desbarajuste que hicimos hizo más daño del que imaginamos. Nadie quiere tener evidencia de que es estúpido o malo. Nadie de que es el responsable de aquellos dolores o aquellas lágrimas, las cuáles posiblemente y brotarán ahí mismo, de nuevo, como antes, como si no existiera el tiempo. Ese dolor que resurge estruja y nos da de golpe en la cara. Sí, son un verdadero puñetazo en la cara. Cuando pedimos perdón también nos lo pedimos a nosotros mismos y por eso es tan reparador; jamás será un camino errado.

***

9 de mayo 2018

Qué curioso es soñar a personas; sobre todo si las conocemos muy poco o creemos que no nos han llamado mucho la atención y de pronto son los protagonistas de nuestros sueños más íntimos. ¿Por qué esas personas se nos escurren hasta el inconsciente?

El inconsciente es como aquél misterio sobre lo que hay más allá del borde del universo en donde el límite existe por el observador y no por la vasta región de aquello. ¿Qué hay en el inconsciente, qué más allá del universo observable? Probablemente más de nosotros y más galaxias, sólo que no han sido descubiertas.

Esta pequeña galaxia que soy es tan pequeña.

***

8 de mayo 2018

Hay pocas cosas que me emocionan tanto como la música. Siempre que puedo hablo o escribo de esta maravillosa sustancia, de lo que significa en mi vida, de las muchas veces que me ha salvado.

Hay estados de ánimo de capa blindada, resistentes a cualquier bienintencionado intento de salir de sus oscuras profundidades. Son inmunes a la caminata relajadora, a la siesta reparadora, a la comida favorita, pero, y lo he vivido bastantes veces, se doblegan ante la música. Esos estados necios y abrumadores comienzan a deslizarse, a fundirse, a veces lentamente pero sin tregua, y terminan cediendo el paso de sentimientos más brillantes.

Estos milagros de la música jamás los he experimentado con otras cosas, incluso con otras sustancias sublimes, tal vez solo con los abrazos. Sí, es posible que la música tenga la cualidad clara y acogedora de los abrazos. Pero, ¡cuidado!, no debemos olvidar que algunos manjares esconden peligros: la música alimenta de forma indiscriminada a las emociones, incluso las más terribles; las que provienen de las desgracias más letales. La trampa radica en aferrarse de la música, es posible que nunca nos deje salir de ahí.

***

7 de mayo 2018

Hay días en enteros que pasan sin más. No hay grandes emociones, de esas que en una gráfica se verían como una cresta picuda y significativa. Esos días son la mayoría y, sin embargo, son sus mecetas —si continuamos con la imagen de las gráficas— las que nos proveen tranquilidad, incluso mesura. Nos recuerdan que, si bien son días «sin más» son en donde transcurre «la vida normal». ¿Así luce la felicidad? Probablemente.

Tal vez lo mejor de este día plano, sin dobleces y sin aspavientos es que cayó una tormenta. Una de esas lluvias que mitigan un día calurosísimo de primavera. Y eso no es poco.

***

6 de mayo 2018

Los domingos tienen un grave complejo de domingo.

***

5 de mayo 2018

Visitar la casa de los padres a veces es contraproducente. Sí, hay nostalgia y recuerdos anidados en casi todos las habitaciones pero también podemos escandalizarnos de lo poco que hemos crecido. No de estatura —con seguridad rebasamos todas las marcas que anotamos durante años en alguna pared-testigo de la casa— sino de las expectativas de nosotros y de nuestra vida que alimentamos durante tantas noches bajo ese techo. La vida fuera de la casa de los padres es inclemente, brutal… real. Por eso a veces pesa regresar y quedamos doblemente abatidos al volver a nuestra propia casa.

***

4 de mayo 2018

Hoy hice un viaje en el tiempo. Porque pese a todo lo que nos dice la ciencia y desdice la ciencia ficción —y los conspiranoicos—, los viajes en el tiempo siempre han existido y para ello no necesitamos una máquina. Hoy por ejemplo viajé en el tiempo a través de un sándwich. Abrí la lonchera de mis hijas para ponerles su refrigerio y encontré ahí los restos de ayer: dos sándwichs —mis hijas son gemelas— casi enteros, con a penas un par de mordidas cada uno. Saqué el primero con sumo cuidado, su lánguido cuerpo (?) se sentía vergonzosamente húmedo, entonces ¡zaz! el viaje al pasado. 

Estaba sentada en el patio de recreo, abrí la bolsa —en el pasado no teníamos loncheras, al menos en mi realidad o mis padres eran tacaños, un misterio más del universo— encontré un ridículo sandwich envuelto con una servilleta de papel —debería decir «fundido a una servilleta de papel»—. Le quité todo el papel posible y le di unas cuántas mordidas. Imposible. Aquel masacote era incomible, su blandura asquerosa, su remojo obsceno me hicieron devolverlo a la bolsa —lo ideal habría sido tirarlo, pero tirar la comida es lo mismo que pecar, eso todo mundo lo sabe y el terror de pecar es vigente en cualquier época.

Regresé de mi viaje en el tiempo. Aún sostenía el sandwich que me llevó a aquel momento de asco, pudor y culpa provocado por los refrigerios que mi mamá me daba a diario. Por eso existen y son necesarios los viajes al pasado, para no cometer los mismos crímenes.

Las gemelas llevaron de lonche un par de monedas para comprar en la tiendita de la escuela.

***

3 de mayo 2018

Los diarios son considerados una especie de autobiografía. Como todas las autobiografías son innecesarios, nadie los pidió y en muchas ocasiones son irrelevantes. Si existen y siguen existiendo es por el ego y por el morbo; el primero de los que escriben, el segundo de si es que los hay los lectores. Los que escribimos diarios íntimos buscamos que alguien los encuentre, que alguien sienta la suficiente curiosidad y rompa esa barrera de lo prohibido; queremos que los demás nos traicionen, que abran las páginas vedadas, lean lo indecible, se sonrojen, se enojen o se escandalicen. Buscamos la traición aunque no lo digamos o lo escribamos en el diario.

Si no ¿para qué escribir? ¿Por qué en esto de llevar a cuestas tantos trastos del pasado, tantas ideas impronunciables, tantas pasiones vergonzosas sentimos la necesidad de transmutarlas ¿transmutarnos? en palabras? ¿Y por qué no guardarlas para uno, por qué no basta con escribir lo ignominoso y seguimos adelante? ¿Por qué buscamos la mirada de los otros, su escándalo, su asco, su desprecio con una trampa casi infantil? Tal vez necesitamos testigos para poder ser. De alguna forma necesitamos su desprecio para reconocernos; con los límites de los demás nos definimos, porque si no seríamos como el rey de Babilonia perdido y muerto en el laberinto sin límites del desierto infinito.