Estoy semidesnuda
Estoy semidesnuda. Lo estoy pero no siento pudor alguno hasta que la recepcionista del restaurante me dice que no puedo entrar en traje de baño. Regreso al echadero al lado de la alberca y, de nuevo, me siento tranquila con la poca ropa que llevo puesta. Es verdad que estoy semidesnuda, aunque eso no importa aquí, importa solo en el restaurante, en el recibidor del hotel y tal vez en la calles de este pueblito playero, aunque no siempre.
Siempre me ha causado una gran fascinación este fenómeno de la desnudez circunstancial. Y cada vez que me sucede me vuelve a sorprender. Me pongo un pareo, regreso al restaurante y puedo entrar sin problema.
De regreso en el echadero vigilo a las niñas y leo un rato antes de entrar a la albarca. Un rumor extraño me hace levantar la mirada. Es una chica que pasea como diva por la orilla de la alberca. Su presencia consigue levantar las miradas de todos los que estamos ahí. Su sombrero es enorme y llamativo, su traje de baño es diminuto y llamativo. Cuando se quita el, también diminuto, pareo se escucha un leve suspiro ahogado de los presentes. La chica sonríe con satisfacción.
Las personas contentas con su cuerpo, emanan un placer y un atractivo irresistibles. Pero este orgullo es raro, como oro en el río saqueado. Lo común es sentir inseguridad, temor y volver a las mismas prendas de siempre con las que nos gustamos y no arriesgamos tanto. Y es que para vestir ciertas cosas es necesario tener arrojo.
Como usar faldas, siempre es un reto. A veces las uso, aunque para ello tengo que hacer acopio de voluntad y tener humor para lo que sigue. Lo sabemos las chicas: hay que hacer frente, se quiera o no, a una avalancha de miradas, algunas reprobatorias y otras afiladas que nos lastiman. A veces tenemos que escuchar frases ominosas que incluso años después nos siguen hiriendo. Y otras, las más temibles, tenemos que defender nuestros cuerpos de manos que se atreven a tocar y cuerpos que se atreven a frotarse.
Lo mismo sucede si uso escotes. Las miradas son horrendas, se pegan a mi piel como miel hedionda y me siento desnuda a la fuerza. No hay prenda que proteja de las miradas lascivas. ¿La desnudez está en mi o en la mirada de los otros? ¿Y si muestro mi cuerpo debo aceptar las miradas?
Observo mis piernas, siempre me han gustado. Aquí en la alberca puedo broncearlas por completo. Allá afuera, en la vida diaria, ¿hasta donde puedo descubrirlas, hasta las rodillas, hasta arriba de ellas pero no mucho? También llevo escote, más pronunciado que el que uso cualquier día ¿por qué no me preocupa? ¿La desnudez la dicta el contexto y no el cuerpo?
Con el paso de los años me voy preocupando menos de lo que me pongo, también me molestan menos. Quiero creer que al hacernos mayores nos van dejando en paz, y eso me alivia aunque me parece siniestro. A la edad de mi hija mayor me dijeron frases que aún me lastiman. Ella, por su parte, me ha contado lo que le han dicho en la calle, el cambio no ha sucedido afuera y eso también es siniestro.
Creo que nunca me atrevería a ponerme un bikini como la chica diva de la alberca, pero celebro que ella lo traiga puesto. El shock inicial de todos los presentes se disipó rápido, aquí uno se acostumbra fácil a la desnudez.
Un grupo de hombres se codean para ver a la chica del diminuto traje meterse a la alberca. Se ríen en lo bajo, creen inapropiado lo que lleva puesto, incluso me parece que creen inapropiada la existencia de la muchacha. Los miro con recelo. Los hombres son “jueces” duros excepto con sus propios cuerpos. De juzgarse, aunque fuera un poco, no se atreverían a mostrar sus cabezas calvas, sus vientres hinchados y sus horribles trajes que nunca lucen bien ni secos ni mojados. Pero no, nada les impide opinar en donde nadie les llama.
Para bajar a cenar me pongo una blusa tejida. En la ciudad la uso con una blusa lisa, acá solo me pongo el brasier. Las ventajas de estar en un lugar en el que la semidesnudez es lo corriente. Me pongo un short, uno que jamás me atrevo a usar en la calle. Llevo chanclas y la hostes me vuelve a increpar, me dice que la vestimenta es formal y tengo qué regresar a la habitación a ponerme zapatos. Las contradicciones de este lugar que permite la semidesnudez pero no las chanclas.
Estupendo:
La re-flexión sobre lo que pasa y me pasa es el alma del ensayo. También celebro tu humor. No pude dejar de reírme al leer sobre los severos jueces que no nos vemos a nosotros mismos…