Alharaca

Con seguridad muchos vemos el 2020 como un tiempo brumoso, poco nítido. Pero una de las cosas que más recuerdo es escribir con más dedicación, y no solo porque “tuviera más tiempo”, que no solo es mentira sino imposible, sino porque justo el 1 de enero de ese año me había prometido ser la escritora que siempre quise ser. No fue una promesa al aire, la hice en las ruinas de Monte Albán junto a mi esposo, sino una de esas promesas que una sabe que va a cumplir.

Así que, luego de que la vida cambió para siempre, es decir cuando fue declarada la pandemia, tuve “más tiempo” y escribí con ahínco. No solo pude componer mi primer libro, sino que también formé parte de talleres literarios y de escritura que me marcaron. Uno de ellos fue “El texto que pasa por nosotras” dirigido por la siempre amable y admirada Diana del Ángel; organizado por el proyecto Kaja Negra.

Además de las grandes enseñanzas de Diana y tener la oportunidad de compartir el espacio y las letras con geniales compañeras, tuvimos la oportunidad de compartir un texto que trabajamos durante el taller.

Así que aquí está el texto realizado para Alharaca, un medio maravilloso, feminista y colaborativo que conjunta el periodismo, el arte, la academia y las nuevas tecnologías.

Sobre el texto

Nombrar como acto de sanación es un texto que habla de la familia, de los secretos que se esconden bajo la mesa mientras todos sonríen a la hora de la comida. Es cierto que mi abuelo fue alcólico y también es cierto que, como pocos, pudo librarse de ese terrible vicio. Sé que nombrarlo no es fácil y que recordarlo muchas veces es volverlo a vivir y por eso este texto causó reacciones duras en mi familia. Se me tildó de no haber vivido aquello y, por tanto, sin el derecho de nombrarlo. Y es cierto, tuve la fortuna de conocer a un abuelo amoroso y divertido, duro pero dadivoso, sin embargo, estoy convencida de que estoy en mi derecho, porque una familia es un ente vivo que se tranforma y cambia en conjunto, nos guste o no. De todas formas lo hice con amor y respeto, precisamente porque amar a la familia a veces significa renunciar a ella, alejarse o nombrar con justicia aunque teminemos en el exilio.

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